
En la calidez de de la ciudad de León, en el centro de las Américas, donde el sol dora los tejados y el viento murmura entre los corredores de vestigios coloniales, un niño de ojos inquietos crecía entre libros y aromas. Rubén Darío, aún sin saberlo, su destino era poeta, de niño ya era un poeta en formación, absorbiendo el ritmo de la vida, el canto de los pájaros y el perfume de la cocina criolla.
Las calles de Metapa, hoy Ciudad Darío, cuna donde nació, eran un crisol de voces y sabores. En los días de fiesta, cuando la comunidad se reunía en torno a la mesa, el fuego lento de las brasas anunciaba la llegada de un plato que era más que nutrientes: era la Carne en Vaho; un deleite de paladares.
Bajo el dosel verde de las hojas de plátano, la carne reposaba como un tesoro oculto, impregnándose de los jugos del marinado. La naranja agria, el ajo y el vinagre tejían su alquimia, mientras los plátanos maduros y verdes esperaban su turno para fundirse en el abrazo del vapor que yacía en la olla de barro. La yuca, noble y terrosa, completaba el cuadro, absorbiendo cada esencia con su textura cremosa.
En Subtiava, comunidad indígena empotrada en la ciudad de León, donde los indígenas de Adiac preservaban sus costumbres, el Vaho era más que un platillo: era un ritual de identidad. Se cocinaba con paciencia y, a la leña de arboles de tamarindo, con respeto por la tierra y sus frutos. Y en cada bocado, se sentía el pulso de Nicaragua, el eco de sus volcanes, la brisa de sus lagos.
¿Habrá probado Darío este manjar? Es fácil imaginarlo, en alguna reunión familiar, en algún festín de pueblo, habrá sido, donde dejando por un momento la pluma para rendirse al deleite de la carne jugosa, del plátano meloso, del aroma que envolvía el aire como un poema sin palabras, el poeta se deleitó con un manjar hecho casi para dioses.
Porque si algo entendía el poeta, era la belleza en todas sus formas. Y el Vaho, con su mezcla de sabores, con su historia tejida en generaciones, con su esencia de fuego y tiempo, es también un verso gastronómico, una oda a la tierra que vio nacer al insigne poeta.